redi tu gou

A Estados Unidos llegamos volando, estuvimos seis meses sobre ruedas viviendo en una camioneta, y ahora nos iremos navegando. Ya lejos de la marina cheta y cara donde compramos el barco, estamos en “las boyas” y sólo esperamos una ventana de tiempo favorable para soltarnos y ver de qué estamos hechos todos acá, todos: el barco y nosotrxs. El barco, que hace más de veinte años lo navegan las mismas personas, y lo cierto es que abrimos sus velas sólo durante el survey, y entre la emoción y los nervios, no es que las miramos demasiado… Nosotrxs, porque nunca antes navegamos nuestro propio barco, nunca tuvimos esa responsabilidad, la de ser capitán y marinera de un barco en el que van –además de todo nuestro dinero, mucho tiempo invertido, y expectativas propias y ajenas- un montón de sueños. ¿Under presure? Oh yeah. A veces parece otra vida pensar en el tiempo en que soñábamos -al sol de la montaña y con cada vez más perros- vivir en un barco, navegar…

Un abrazo en el bosque, Muerto Montt, Chile 2015

Hay que decir que mito del dolce far niente de la vida a bordo, la hamaca colgada de la botavara, el bronceado permanente tomando agua de coco todo el día y el viento en la cara tipo publicidad de shampoo: es un mito de Instagram, pues vivir en un barco no es exactamente esa versión de los hechos, especialmente si sentís que tenés el infinito por aprender, que hay tanto desconocido, que tal detalle no lo previste, que nunca serán suficientes las horas de estudio mirando tutoriales, que los barcos que has navegado son la mitad de la mitad de éste, y que quién sabe si seremos capaces, que si fuera sólo navegar a vela vaya y pase, pero ni la más pálida idea de cómo se arregla el motor, el generador, el radar, el tanque de agua caliente, las bombas de achique, los filtros, las baterías, ahhhhhhhhhh.

La carpetita organizadora

“Un problema a la vez” decía nuestro amigo Luca, un italiano quejoso que conocimos en Fort Pierce cuando acababa de comprar su velero y estaba tan estresado que un poco nos daba risa. Ahora entendemos por qué. A eso le sumamos que el 8 de noviembre se nos vence el tiempo de permanencia en Estados Unidos y ya sabemos de la cálida bienvenida que nos dieron al entrar… sin hablar de las políticas de Donald Trampa, tan amigable él con la gente latinoamericana. Como para cerrar el combo, aún no se termina la temporada de huracanes, que oficialmente es entre el 1 de junio y el 30 de noviembre, pero no podemos esperar más porque eso nos pondría ilegales en este país y eso sí que no queremos. Entonces, hay que irse. Pero antes, un poco del folclore náutico de por aquí…

Bahía de Fort Myers Beach, Matanzas Pass, campo de boyas

El campo de boyas de Matanzas Pass es una bahía con aproximadamente 60 boyas, que se extiende hacia ambos lados del puente que conecta la ciudad de Fort Myers con su respectiva zona de playa, Fort Myers Beach. La gestión del mooring es una especie de acuerdo entre el gobierno de la ciudad y la administración privada de Matanzas Bay, que ofrece además servicio de baños, duchas y lavadero en tierra firme. Es el campo de amarres municipal, cobran por día, por semana o por quincena, y ofrecen gratuitamente el servicio de pump out. Aquí un paréntesis escatológico para explicar qué es esto: en casi todas las aguas del continente Americano está prohibido tirar las aguas residuales (en criollo, la caca) a menos de 25 millas de la costa, si todos los barcos tuvieran que irse 25 millas mar adentro cada vez que se llenan sus tanque de aguas negras, se la pasarían yendo y viniendo a descargar más que navegando por ahí o disfrutando de sus fondeos.

Pump out -en criollo, sacando la caca-

Entonces, hay una cosa que se llama pump out, un bendito sistema por el cuál un barco a motor con un tanque lo suficientemente grande, hace su recorrido por la bahía tres veces por semana, velero por velero va succionando lo número dos con unas mangueras gigantes que hacen pasar el contenido de cada barco a su barco. Todo el procedimiento lo hace en cinco minutos y sin salpicar. La pregunta de a dónde descargan luego su tanque lleno de cacas de otros tanques, es un misterio aún sin resolver. Según la ley, deberían ir 25 millas afuera y ahí largar todo. Al final, toda nuestra mierda siempre va a parar al mar.

Así fue que nos quedamos en las boyas una semana mientras decidíamos cuándo la fecha de la partida y probábamos cómo funciona la vida lejos de los muelles. Matanzas Bay tiene un “dinghy dock” o muelle para los dinghy, justo abajo del puente donde se juntan a tomar fresco y cervezas los marineros “border” de la bahía, todos salidos de una de Tarantino.

El dingui dock

En las boyas el consumo eléctrico es prioridad, pues ahora no estamos enchufadxs a la corriente alterna y sólo contamos con los 12 voltios de nuestras baterías. Ya aprendimos que si cuidamos el consumo, podemos prender el generador cada cuatro días durante cuatro horas y cargar a tope las baterías, pero nunca lo hacemos, porque el ruido del generador se vuelve insoportable, y no lo aguantamos más de dos horas. Lo más lindo de estar sueltos de muelles es el vientito que entra por las ventanas, siempre una brisa que calma y se agradece, sobre todo después de haber pasado el verano adentro de una camioneta sin aire acondicionado en los infernales estacionamientos de los Walmart. Qué lejanos los días de asfalto y La Vanesa…! ahora nos movemos a remo, muchas veces contra el viento y la corriente que llega a ser de hasta 3 nudos!

Gondolieri

La semana se pasó volando entre lavar sábanas y toallas, esperar algunos pedidos que llegaban a la oficina de la administración, hacer compras de provisiones y repuestos, mirar el pronóstico cada cinco minutos, y disfrutar nuestros primeros días flotando en el medio de una bahía, sin muelles, sin amarres, sin electricidad, sin impuestos.

Instalando plotter

Ultimamos detalles para salir, o lo que creemos que son las cosas importantes, es la primera vez en nuestras vidas que organizamos una travesía. A Diego se le ocurre la precavida idea de cocinar antes del viaje y llevar algunas comidas congeladas por si acaso, por si acaso se moviera mucho, por si acaso no tuviéramos tiempo de cocinar durante la navegación, por si acaso lo que sea, bien pensado.

Cocinando para la travesía

Preparamos unos guisos abundantes en carne y lentejas, y un par de salsas. Compramos un teléfono satelital y le enviamos los puntos de seguimiento a la familia y les amigues para que nos acompañen el rumbo. Mientras tanto viene Chris a instalar el piloto automático -que decidimos comprar nuevo porque el que tenía el barco era el original del 78 y claramente no funcionaba, de hecho, Chris dijo que en sus veinte años de oficio nunca había visto un autopilot tan viejo-… siempre nos gustaron las antigüedades. En fin, hicimos la prueba de mar, él puso todo a punto y confirmamos que todos los instrumentos de navegación estaban funcionando bien.

Alto bardo, instalando piloto automático

Mientras tanto nos comunicamos con toooodas las compañías de seguro de los EEUU y algunas europeas sin éxito: …que el barco es muy viejo, que ustedes no tienen la suficiente experiencia, que no son ciudadanos norteamericanos, que el barco no estará en una marina sino que pretenden viajar y vivir a bordo!!! Ohhh! Qué locura! Un barco con el que pretenden navegar!! (respuestas textuales de las compañías de seguro). Parece que la mayoría de la gente que asegura su barco lo tiene amarrado en una marina y no se mueve del perímetro que su seguro le cubre, pero pensar en asegurar un clásico del 78, a dos sudacas sin ni siquiera ciudadanía europea, sin títulos internacionales y que pretenden viajar a través del peligroso Golfo de México, es para las compañías de seguros como asegurar un viaje a la Luna de dos locos en un rastrojero: “Not interested”. Nos iremos sin seguro.

Después de meditarlo por unos días, nos pareció prudente que alguien con más experiencia nos acompañe en la travesía y llamamos a Sergei, que había acompañado a Luca desde las Bahamas hasta Cartagena un par de meses antes, y venía recomendado. Sergei es ucraniano, en su pasaporte es yanqui, le decimos el ruso, y parece uruguayo.

Sergei

Llegó la tarde previa a nuestra partida, programada para el 27 de octubre porque según Sergei tendríamos vientos favorables (ni calma chicha ni ventolera) justo como para llegar a México en cuatro días. El movimiento post huracán que dejó Michael nos demoró un poco, pero el pronóstico parecía acompañar. La ruta originalmente tenía algunas paradas: saldríamos de Fort Myers, haríamos las primeras 50 millas hasta Marco Island, de ahí a Key West, Dry Tortugas opcional, y finalmente el último tramo a Isla Mujeres. Al fin decidimos que los vientos eran propicios para hacerlo de un tirón, y la hoja de ruta quedó así: Fort Myers-Isla Mujeres, 500 millas.

Sergei llegó en un auto alquilado desde Fort Lauderdale, nos buscó por Matanzas Bay y nos fuimos para el aeropuerto a hacer los trámites de “departure” o salida, a la oficina de migraciones de Fort Myers con quienes ya teníamos cita programada desde la semana anterior. Ceci había leído en unos cuántos foros los requisitos para entrar a México, casi todos coincidían en lo especialmente complicado que podría ser si no llevabas infinitas copias de los papeles reglamentarios: registro vigente del barco, factura de compraventa, lista de tripulantes y lo más importante, un formulario de zarpe emitido desde el puerto de salida, es decir, Fort Myers. El caso es que en Estados Unidos no es requisito salir con un zarpe, en EEUU el problema es entrar, pero salir… buena vida y adiós, ni te sellan el pasaporte, ni te dan papel alguno que diga que te fuiste con un barco de 15 toneladas, ni nada. Pero los foros dicen que en México nos pueden sacar el barco sin ese bendito formulario, y Ceci es géminis con ascendente en géminis (¿¡) así que nos vamos a ir con el papelito sellado o no nos vamos. Una vez en nuestra cita, un poco de papeleo y algunas preguntas al estilo gente uniformada: zarpe oficial en mano, y en los papeles, estamos afuera de los Estados Unidos.

El zarpe
Alimento y buenas costumbres

Esa noche nos comimos unas fajitas anunciando el augurio y prometiendo las próximas en tierras mexicanas. El sábado 27 a la mañana nos levantamos temprano para salir. Revisamos las velas y algunas maniobras, cargamos los bidones con agua, procuramos que el teléfono satelital funcionara y que no queden cosas sueltas en el interior del barco. Subimos el dinghy a la cubierta, prendimos los instrumentos de navegación, pusimos rumbo a México en la carta, y a navegar.

Una vez afuera de las peligrosas y bajas aguas del área de Fort Myers el mar se despejó como una invitación, los delfines ya jugaban en nuestra proa y las velas se abrieron como las alas de un dragón… estábamos navegando…

La proa y el corazón mirando al sur