todos los barcos el barco

Ya perdimos la cuenta de cuántos barcos vimos desde que empezamos esta búsqueda… pero sí que fueron muchos, muchos más de los que pensábamos ver. Los planes son eso, intentos que van cambiando y transformándose en función de lo posible. Nos lo había vaticinado nuestra amiga Silvia en aquella travesía del Alea por los canales del sur, como mantra y decreto de marinera: “pues si van a vivir en un barco, necesitan dos cosas: paciencia y flexibilidad. Con esas dos al infinito”.

El plan original era comprar el barco lo antes posible e irnos navegando tranquilamente a Cuba luego de haber recorrido las aguas de Florida y conocer nuestro barco de proa a popa y de estribor a babor, con todos sus trucos, secretos, recovecos y caprichos. Pero la búsqueda se hizo más larga y La Vanesa nos llevó a ver barcos de todas las formas, tamaños y colores, algunos en el agua, otros en astilleros y en marinas desvencijadas, en muelles privados, en marina lujosas, en el patio de una casa y también al ancla en medio de una bahía. Que es una decisión importante y vinimos a eso, no es tan fácil elegir un barco que además va a ser nuestro hogar.

Parece que la mayoría de la gente hace un proceso diferente, eligen el barco casi por internet, se sacan un pasaje y vienen a verlo, si les cierra se lo llevan, sino se vuelven a sus hogares donde todo sigue ahí, seguro y calmo. Pero nuestro hogar ahora es La Vanesa, una camioneta de subasta, y allí es donde volvemos después de buscar y buscar. Lo mejor de los caminos a cualquier parte siempre son los mientras tanto, esas sorpresas inesperadas que te pone en frente el universo.

Con Roger, la tía y Rossi paseando por Daytona Beach, FL.

Mientras tanto pasando conocimos a Roger que nos prestó su casa para poder trabajar en nuestros mágicos teatritos, y hacer ahí base de operaciones de todo tipo. Cuando lo conocimos no sabíamos que se convertiría en un amigo de aquí a todo el futuro. Tampoco sospechábamos que llegaríamos a querer tanto a Rossi, su perrito rescatado que todavía no había pisado la arena ni se había bañado en el mar, ni conocíamos aún a la tía Rosángela, que nos llenaría luego de regalos y plegarias dulces para lo que vendría. Roger fue el primer espectador de nuestros mágicos teatritos, dos historias de mar en miniatura que suceden en el interior de una caja negra por donde se espía y se comparte -entre dos personas y durante cuatro minutos- una pequeña magia.

La casa de Roger está en Oviedo, una especie de barrio cerca de Orlando, en el centro de Florida. Los días en Miami quedaron atrás, nos despedimos de esa ciudad frenética y ruidosa, y nos acostumbramos a las lagunas calmas de Oviedo, sus parques donde paseamos a Rossi, y el Walmart casi a la vuelta de lo de Roger donde dormimos cada noche. Pero volvamos al punto, que estamos todavía buscando barco…

La casa de Roger, Winter Park, Oviendo FL

Una de las formas más comunes de comprar un barco en Estados Unidos es a través de un broker. Un broker es un señor de sesentaitantos, generalmente canoso, con espíritu joven, anteojos oscuros y dientes muy blancos, que en sus años mozos corrió regatas y si aún es guapo vive en un motorhome y pinta cuadros en sus ratos libres. Su trabajo es llevarte al barco, hacerte todo el biribiri, e invitarte gentilmente a hacerle una oferta a lxs dueñxs. Te deja en claro que mucho mejor si no es una oferta excesivamente baja, pero también desliza que lo peor que puede pasar es que digan que no, que te animes. Si la compra se efectiviza, él se queda con el 5 por ciento y todxs contentxs. La cosa es que conocimos tantos brokers como barcos vistos. Pero habiéndole dado la vuelta a Florida de sur a norte y de este a oeste, el preferido sigue siendo el segundo que vimos (el barco, no el broker).

Un CSY del 78. CSY: Caribbean Sailing Yachts. Una marca que no conocíamos y no estaba en la lista de favoritos de los barcos que miramos por internet desde hace años. Pero en los días de búsqueda, mientras tomábamos café y ardíamos al sol en La Vanesa, de repente aparecieron. Fueron construidos en Tampa, los lanzaron al mercado en un enero helado de 1977, dicen que fue durante un invierno brutal, en medio de una tormenta de nieve inolvidable. Se diseñaron para el negocio de charter, con la premisa de ser veleros espaciosos y robustos con énfasis en su integridad estructural, y con la intención de ser usados en todo el mundo. Su fundador, Jack Van Ost, fue el visionario que definió y guió a CSY a lo largo de su historia, que tampoco fue una historia tan larga, duró hasta 1981, porque eran caros de fabricar, porque el giro económico, porque la tasa de interés y la suba del petróleo y chin pum, a otra cosa. Pero durante los años de fabricación llegaron a hacer 400 por año, y parece que son fuertes y guapos, así que todavía hay varios por acá.

El molde de los CSY
El favorito

Bill y Donna, lxs dueñxs, son una pareja newyorkina que compraron el barco en los noventa, durante años Bill lo reparó y le hizo arreglos y modificaciones, vivieron un tiempo a bordo y navegaron desde Maryland hasta Fort Myers, una ciudad bien linda y pintoresca en la costa oeste de la Florida. Nos gusta este barco. Tiene algo. No sabemos todavía qué, pero tiene esa cosa que te enciende, una sensación, un latido… Se llama Wright Tack, que es un juego de palabras entre el apellido de Bill (Wright) y la palabra Tack que significa virada. En inglés, el artículo de los veleros es femenino, y toda la gente se refiere a ellos como “she”, no usan el artículo “it” que es para hablar de cosas u objetos. No, no… cuando hablan del Wright Tack dicen “she is a tank…”

Bill y Donna

Después de conocerlo (o conocerla en inglés), empezamos a buscar otros CSY en venta, y encontramos algunos más, pero de todos los que vimos, éste nos seguía resultando el favorito. Será porque el “engine room” (que es la habitación del motor) es enorme y limpia, de fácil acceso para trabajar, y todo se ve prolijo y bien cuidado. Por dentro es hermoso, tiene el cockpit central y esto hace que la habitación de popa sea enorme y esté separada del resto del barco, esto nos gusta, es como tener un departamentito con dos ambientes, y si recibimos visitas o si hay días donde algunx necesite soledad, se puede. Tiene dos baños y una ducha bastante cómoda, y lugar para que duerman nueve personas acurrucaditas, ocho flexibles, siete muy cómodas, seis ya sin tocarse, cinco enojadísimas. Somos de familia numerosa y muchas amigas y amigos, el tamaño importa en este caso. Nos gustan las casas abiertas y las fiestas, no podemos vivir en un barco en el que solo haya lugar para nosotrxs dos.

Así es por dentro y por fuera

Habiendo casi decidido que queríamos un CSY, hicimos una segunda lista comparativa entre los barcos de la misma marca que habíamos visitado. Eran cuatro. El orden de mérito daba así: primero el Wright Tack en Fort Myers, que aunque el piloto automático no funciona, le faltan cosas de electrónica y bastante de “cosmética”, tiene un motor casi nuevo y eso nos da confianza y sensación de seguridad. El segundo está en Merrit Island, por dentro brilla, parece nuevo, el broker es muy simpático, pero el motor es el original y se lo ve viejito y sucio. El tercero está en Brunswick, en el estado de Georgia, nos gusta bastante excepto por un par de rajas que le vimos en la cubierta, y además tiene un cockpit cerrado, hermoso para hacer un invernadero pero para navegar, mmm. El último en la lista está en Miami, es el peorcito en cuando a mantenimiento, se lo ve descuidado, con poca atención, el dueño lo usa para hacer paseos con turistas a Bahamas ida y vuelta. Se le nota de lejos la falta de cariño, no tiene nada de electrónica y el motor da impresión… Pero es el único para el que nos alcanza la plata.

La lista la hacemos de acuerdo a un orden de mérito cuidadosamente diseñado, que contrasta y compara todas las prestaciones, compromisos, sistemas, estado de los barcos en general y en particular, lo que le falta a cada uno para estar “listos” para navegar, los gastos que debemos hacer en reparaciones y agregados, y establece un sistema de puntaje que decreta el resultado (Diego maneja muuuy bien el Excel, es fan).

Hagan sus apuestas. Esto es más estresante que cuando fuimos a la subasta a por La Vanesa. Mientras sacamos a pasear a Rossi y Diego ultima detalles en los teatritos mágicos, hacemos la primera oferta, casi como quien espera y entiende que no hay forma alguna de que digan que sí, pero total, nada que perder más que un par de días hasta la respuesta de lxs dueñxs. Vamos con el favorito. Antes, les escribimos una carta a lxs dueñxs contándoles quiénes somos, qué queremos hacer, qué es Navegar 100 Mundos, dónde queda Unquillo, cuánto hace que estamos soñando este viaje, esta locura… y con la oferta va la carta, nuestro as bajo la manga, el único y último tiro de gracia, un poco para disculparnos un poco para conquistarlos, les decimos que sabemos que el barco vale más, pero que no tenemos más, y por eso les ofrecemos lo que tenemos, y les contamos nuestro sueño así con el corazón puesto entero en esa traducción al inglés hecha por google.

El broker nos llama al día siguiente: Aceptaron la oferta.

Ay! entre el desconcierto, la emoción, la euforia y el cagaso, no entendemos nada. Pasamos de festejar y alardear de nosotrxs mismxs: “Fue por la carta!” a pensar que somos lo menos: “El barco tiene un problema que no nos dimos cuenta y se lo quieren sacar de encima”. Pero vuelve el mantra de Silvia y la confianza en que será lo que sea y será lo mejor: paciencia.

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El siguiente paso es hacer un survey. Un survey es una especie de inspección hecha por un surveyor -que es como técnico especializado- que hace un chequeo general del barco, dentro y fuera del agua, lo saca a navegar, despliega sus velas, le controla el casco con un martillito, le saca fotos, le hace preguntas a lxs dueñxs, etc. Al día siguiente te entrega un informe con esa especie de radiografía del estado del barco, y te desea suerte con tu futura compra. El veredicto del survey resultó mejor de lo que esperábamos… Ya casi. Los papeles otro rollo, aburridísimo y estresante como para contar en una crónica, así que lo dejamos para otro momento, pero fue un tremendo desafío hacer semejante operación en otro idioma, a riesgo de no estar entendiendo nada y firmar cualquier cosa…. Nuestra casa, nuestro hogar, nuestra tan perseguida zanahoria, al fin llegó:

Flamante flotante nuevo hogar.
Últimos viajes en La VanEsa

Nos despedimos de Roger y Rossi casi con un lagrimón, cargamos los asientos de La Vanesa en el espacio donde estaba nuestra cama, y emprendimos viaje hacia Fort Myers, a buscar las llaves de nuestro barquito. Llegamos tarde. Así que el broker –que no era para nada simpático- nos dejó las llaves en el barco porque no pudo esperar diez minutos (acá la puntualidad es algo que se toman muy en serio). El barco estaba en una marina chetísima, adentro de un barrio privado chetísimo, el nuestro era el único velero y todos los demás eran yates casi de lujo. Las reglas de la marina eran claras: no se puede vivir en el barco, pueden dormir tres noches sí, una noche no, tres noches sí, una noche no. Pero hay que decir que a las cuatro de la tarde se iban todxs, y llegaban al día siguiente como a las ocho de la mañana, no tenían forma de saber cuántas noches habíamos dormido ahí, así que hicimos trampa, nos instalamos.

Inaugurando casita
Mudando el equipaje
Primer almuerzo a bordo
Alegría y mates en bombacha
La marina elegante de Fort Myers.

Mientras publicamos fotos de La Vanesa en un par de aplicaciones que en Estados Unidos funcionan muy rápido para comprar y vender autos usados, aprovechamos para hacer compras importantes para las que sí o sí necesitábamos movilidad: el dingui y los remos. El dingui es un botecito que te lleva y te trae al barco cuando estás al ancla o lejos de la costa, nuestro barco no tenía así que había que conseguir uno. Se lo compramos a Jhon y Sherril, una pareja adorable y valiente que entre lxs dos deben sumar casi 150 pero parecen más jóvenes y ágiles que nosotrxs (bueno, que yo, todxs sabemos que Diego tiene un pacto). Ella vive en una casa rodante hace 20 años, y ahora se compraron un velero para seguir escapándole a la vida de oficina. El dingui de su barco era pesado para ellxs, por eso lo venden, de paso nos regalaron el motor fuera de borda que no funciona pero quién sabe, y unas cuatro defensas viejas pero infladas que nos vienen muy bien.

Probando dingui a remo

La despedida de La Vanesa tampoco la contamos porque no queremos angustiar a lxs lectorxs, pero hay que decir que jamás pensamos que nos íbamos a encariñar tanto con esa lata blanca. No diremos más. La vendimos así, como si fuera una simple camioneta, y a cambio nos dieron 3 mil dólares en billetes de uno y de cinco, así que da la sensación de que tenemos mucha plata pero son todos de uno. Gracias Vanesa por darnos nido y camino, perdón por tan poco.

Toca irse de la marina, que es cara y queda lejos del centro y ahora estamos a pata. Qué raro estar de a pie en este país, aquí la gente no camina, salen a caminar para hacer ejercicio pero no caminan como medio para transportarse, no van caminando a hacer compras ni a visitar al vecinx, no hay peatonxs, no hay veredas, todo es lejos y no hay sombras, no hay colectivos y el taxi es imposible, extrañamos a Vanesa.

Bill y Donna vinieron a explicarnos cosas, a arreglar sorpresas y a contarnos detalles del barco -que según Bill, capaz de acá cinco o seis años lo vamos a conocer del todo- (not funny). Pero ellxs tan dispuestxs se ofrecieron a ayudarnos en todo lo que necesitáramos y Bill nos acompañó en la mudanza a las boyas, que fue más o menos una hora de navegación desde la marina, en aguas poco profundas y traicioneras para nuestros 6,5 pies de calado.

Ex dueño Bill explicando cosas en inglés
Salú con Bill y Donna en Fort Myers Beach

“The mooring field” significa campo de boyas, es una bahía en Fort Myers Beach, con aproximadamente unas cincuenta boyas donde amarrarse, se puede usar los servicios de la marina -es decir los baños y el lavadero- y hay un “dingui dock” que es el muelle de los dinguis, donde somos inconfundibles porque los únicos a remo y sin motor: nosotrxs. Casi todos los días vemos delfines y hasta algún manatí. Pero la fauna marinera es más exótica aún que la fauna marina, la vida al ancla o en las boyas atrae a personajes muy tarantinescos, nuestro vecino más cercano por ejemplo, debe pisar los ochenta y vive con su perra dóberman en un barco de 30 pies. Él y la perra son medio rengos, él se traslada a duras penas del barco al dingui, y cuando baja a tierra firme anda en una silla de ruedas y la perra a su lado, pero se las arreglan solxs, como el cliché del marinero solitario y recio, así (aunque él gruñe más que la perra). Al final, Diego se hizo un poco amigo y terminaron hablando de travesías épicas del viejo pirata en sus años de juventud.

Falta poco para emprender la retirada, los últimos días en las boyas nos dedicamos a preparar todo para la travesía. Con la plata de La Vanesa instalamos un piloto automático nuevo -porque el barco tenía el original y el señor que vino a arreglarlo dijo que nunca en sus treinta años de oficio había visto uno tan viejo-, un radar, el EPIRB, un teléfono satelital para que la familia pueda seguirnos el rastro, un par de arneses para las líneas de vida, cartas náuticas, filtros y repuestos para el motor y otras yerbas, provisiones, tanque de agua lleno, garrafas y combustible a tope.

El motor y Diego con cara de circunstancia
Provisiones para la travesía
Subiendo un poco al palo

Casi listxs. Sólo falta esperar una ventana de clima favorable… Bill dice que llegamos en quince días, Diego dice que en cuatro días estamos en México. El destino es Isla Mujeres, directo atravesando el golfo, pasar por la temida corriente, y todo el mundo acá nos dice que el camino es para el otro lado, que se navega de sur a norte por estas latitudes, y que por qué no vamos a Bahamas que es tan turquesa.

Bueno, que ya está decidido: nos vamos a México, cabrones. Se terminan los días en Estados Unidos, ansiamos hablar en nuestra lengua y desplegar las velas. Las sensaciones son todas juntas y al mismo tiempo se empujan y se mezclan: emoción, pánico, gratitud, euforia, ansiedad. Al fin el mar, toca entregarse a la aventura, ver de qué está hecho nuestro barco y de qué nosotrxs. No les da miedo? pregunta la tía Rosángela mientras nos regala un amuleto de la suerte para el viaje. Nos miramos y casi al unísono respondemos sin pensar: Sí! Un montón de miedo! Pero es más fuerte el deseo.

Sólo nos falta un viento amable, todo lo demás está dispuesto.

La bahía de Fort Myers Beach, FL.